La crisis agudiza el “ingenio” y disminuye la conciencia colectiva
Publicado por Ángel Álvarez
Acabamos de iniciar un nuevo año y ya que parece, por lo que nos cuentan quienes dicen saber de estas cosas, que va a ser peor que el anterior, aprovecho la oportunidad para hacer una reflexión, que, por desgracia, se está convirtiendo en clásica.
Según una encuesta del CIS, la mayoría de los españoles piensa que es cierto que se defrauda (defraudamos) a las arcas públicas (Seguridad Social, Hacienda, subvenciones…). Los expertos estiman que el fraude fiscal en España es de decenas de miles de millones de euros (en torno al 23% del PIB), superando en ¡diez puntos! la media europea. En los países europeos de referencia este hecho sería absolutamente reprobable. Por ejemplo, en Suecia una de las cuestiones consideradas como fundamentales e irrenunciables, para lograr la sostenibilidad del estado de bienestar, es la de llevar a cabo una política fiscal obsesivamente justa y distributiva. En España parece que la regla general es otra.
Aquí cada día parece más arraigada la creencia de que la astucia para sisar del patrimonio común (o incluso del ajeno) a fin de engordar el propio indebidamente y sin esfuerzo, es una técnica válida para prosperar. Y para qué evitarlo, ya que si yo no lo hago lo hará otro. Por ello, no hay razón para avergonzarse y sí para exhibirse con vanidad y desfachatez. Incluso a esta práctica algunos la llaman, dándole todavía más “patente de corso”, ingenio.
No creo que haga falta citar ninguno de los innumerables casos de corrupción, saqueo, estafa… que ocupan a diario nuestra atención a través de los medios. Pero, por proximidad, sí podemos citar el caso, mucho más común, de tantos albañiles, fontaneros, electricistas, mecánicos… y sus clientes, que se ofrecen y aceptan a trabajar “en negro”.
Pues bien este “ingenio”, esta picardía nuestra, que incluso ha dado origen a un género literario, la novela picaresca, es, sin dudarlo, la causa de muchas de nuestras infelicidades presentes y, si entre todos no lo enmendamos, sólido asiento de las futuras.
Se habla de cambio de modelo productivo, de innovación, de competitividad, como factores determinantes para mantener y mejorar el progreso y el desarrollo de nuestro país… Pero ¿son posibles sin una reforma sustancial de la conciencia colectiva y de la responsabilidad, de todos, para conseguir el equilibrio y la justicia social?
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Publicado el 13 enero, 2012 en Acción social, Gestión personal, Indignación y etiquetado en conciencia social, indignación, solidaridad. Guarda el enlace permanente. 4 comentarios.
Muchas gracias Gloria, Álvaro y Carlos por vuestros interesantes comentarios.
Álvaro, estoy de acuerdo contigo en que los cambios de actitud y comportamiento no se consiguen de golpe. Cuántas cosas cambiarían si, aunque sólo fuera a veces, se pudiera lograr. Pero la pregunta que me surge es quién, y cuándo, da el pistoletazo de salida para que se inicie el proceso. Se puede cambiar el modelo educativo (otra quimera, de la que se lleva años y años hablando, y… cada vez estamos peor) pero ¿cómo cambiar los valores que nuestros niños y jóvenes (diría que también los adultos) reciben en sus casas y en sus entornos? Desde mi punto de vista este es un proceso que sólo se puede iniciar individualmente y ¿cuántos estamos convencidos de que hay que hacerlo ya? ¿Cómo evitar, como apunta Gloria, lo que divide la conciencia colectiva en “los que casi siempre pagan el pato” y “los que siempre se aprovechan”?
Carlos, estoy de acuerdo con tu distinción entre conciencia colectiva e individual. Evidentemente, la que hay que cambiar es la segunda. También estoy de acuerdo en que, probablemente la mayoría de las veces, la explicación estadística no sirva para mucho. Casi peor, sólo les sirve a los de siempre para justificar lo injustificable.
Brillante tu apreciación sobre los recortes y los impuestos.
Desde luego existe la opinión de que si logras hacer más trampas al fisco sin que te cojan te convierte en un «tío listo». En ciertos círculos y en cierta forma, lo de «Hacienda somos todos» no se lo cree ni el que parió el eslógan. Y en cierta medida es lógico: el sentimiento de no catar en primera persona las mejoras que se supone han de revertirnos el pago de nuestros impuestos está al orden del día.
Han existido, y existirán, impuestos en los que precisamente los principios de igualdad y/o progresividad de los que presume nuestra Constitución no son los protagonistas. Amén de los criterios de eficiencia y economía con los que la administración X se los gasta (léase la gran estatua del presidente de la Comunidad valenciana; los aeropuertos fantasmas y demás ejecuciones de obras públicas protagonistas en la prensa de estos días).
Cierto, la crisis fomenta las trampas y divide la conciencia colectiva en «los que casi siempre pagan el pato» y «los que siempre se aprovechan de cualquier situación económica». Al final, a los que cumplimos (y nótese que lo hago en primera persona) con los deberes tributarios no hay diós que nos borre la sensación de tonto y sólo nos queda el tan dudoso derecho de patalear. Pero supongo que es cuestión de personalidad o cultura, si no de conciencia.
Gracias Ángel por tu reflexión que, a mi modo de ver, está muy en la línea de parte de los problemas de este país.
Estoy completamente de acuerdo, lo que ocurre, como bien comentas, es que es tan intrínseco a la filosofía española o mejor dicho, mediterránea y latina, que su erradicación de golpe influiría también de forma negativa en un primer momento.
Soy partidario de abordarlo de forma gradual, yendo a grandes y pequeñas operaciones, para que todos nos sintamos posibles ejemplos de lo mismo y vayamos así, poco a poco, potenciando una conciencia colectiva.
Junto a estas acciones correctivas, debería formarse a las nuevas generaciones en estos temas desde el colegio, y qué mejor manera que predicar con un buen ejemplo.
Un saludo.
Álvaro
No, si conciencia colectiva ya hay… lo que no parece existir es la conciencia individual, y aquí se opina gregariamente sin haber dedicado una neurona a armar lo que tan pasionalmente decimos, y lo que es peor, pensamos que creemos.
Ya que citas el CIS ¿qué opinar de «un colectivo», donde abunda tanto el mileurista, y que dice (estadísticamente) que entiende los recortes pero rechaza los impuestos? ¿qué impacto tiene para una clase media empobrecida un recorte de prestaciones públicas respecto a lo que supone un aumento de impuestos?
No hablo de ideología, sólo de aritmética. Pero somos así.