Archivo de la categoría: Emoción

El sesgo de confirmación: la trampa cognitiva que distorsiona nuestra percepción de la realidad

  • Debates políticos: Las personas seleccionan noticias y datos que respaldan su ideología, descartando argumentos o hechos que no concuerdan con su visión.
  • Teorías conspirativas: Se omiten hechos contradictorios y se destacan aquellos que refuerzan la narrativa en la que se cree.
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Neurociencia de la procrastinación: cómo combatirla y aumentar la productividad

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¿Alguna vez has tenido una tarea importante que hacer, pero en lugar de ponerte a trabajar, te has distraído con otras cosas menos urgentes o más placenteras? Si la respuesta es sí, no te sientas mal: la procrastinación es un fenómeno muy común y humano, que afecta a casi todo el mundo en algún momento de su vida.

La procrastinación o dilación, el acto de postergar o posponer tareas o responsabilidades, retrasando su realización a pesar de ser conscientes de las consecuencias negativas de dicha demora, es una conducta en la que casi todos incurrimos alguna vez, y se ha convertido en uno de los mayores enemigos para la productividad.

Para los procrastinadores habituales, que representan aproximadamente el 20% de la población, siempre hay un buen motivo para aplazar lo que sea que hay que hacer, y lo han convertido en una conducta crónica. El «no tengo ganas» llega a tener prioridad sobre sus objetivos o responsabilidades, y puede llevarlos a una espiral descendente de emociones negativas que disuaden aún más los esfuerzos futuros. Cuando todas esas tareas pendientes se amontonan en una lista interminable, tienen enormes dificultades para terminar lo que comenzaron y aparecen la ansiedad, el estrés y el arrepentimiento de no haberlo hecho cuando se tenía tiempo.

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Apuntes sobre neurociencia y toma de decisiones

Texto

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La neurociencia es, por mucho, la rama más excitante de la ciencia, porque el cerebro es el objeto más fascinante del universo. Cada cerebro humano es diferente, hace a cada ser humano único y define quién es”. 

Stanley B. Prusiner (Premio Nobel de Medicina, 1997).

Se denomina toma de decisiones (TD) al proceso sistemático de elección entre un conjunto de posibles alternativas y la información disponible, y que generalmente define un modo de acción o una idea.

A lo largo de la historia se ha considerado a los seres humanos como seres racionales. Ya los pensadores de la antigua Grecia consideraban que las decisiones humanas eran producto de un cuidadoso análisis y se basaban en el razonamiento. A partir de esta idea, tradicionalmente, se han utilizado modelos en los que suele darse por sentado que las personas analizan los posibles pros y contras desde la perspectiva del interés propio y, luego, toman una decisión meditada y racional.

Esta forma de pensar se ha mantenido, sin fluctuaciones, a través de la historia. Y es que, desde su origen, el ser humano se ha visto en la necesidad de tomar decisiones constantemente: desde qué comer, hasta qué hacer con cada aspecto y en cada circunstancia de su vida. Decisiones que varían en intensidad y magnitud, desde las más simples hasta las más complejas y dicotómicas. De esta manera, tomar decisiones es una tarea cognitiva de gran importancia para los seres humanos, directamente relacionada con, casi nada, la adaptación, la supervivencia y la reproducción.

Este enfoque puede resultar sólido y útil, pero en muchas ocasiones presenta un serio defecto: ignora los factores psicológicos y sociales que influyen en la conducta. Las personas no somos fríos autómatas. Por el contrario, somos actores emocionales e influenciables, cuyas decisiones se ven afectadas por nuestras vivencias, normas, redes sociales y modelos mentales compartidos. Factores todos ellos que contribuyen a determinar lo que percibimos como deseable, posible o incluso imaginable para nuestras vidas.

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Una vez más se nos ven las costuras

El 31 de enero un turista alemán dio el primer positivo en el Hospital Virgen de Guadalupe de La Gomera (Canarias) por un extraño virus importado de la lejana y desconocida ciudad china de Wuhan. Como cuando se hablaba del ébola y de las epidemias africanas, ¡qué lejos parecía y qué a salvo nos creíamos! Hasta pensamos que el increíble despliegue de medios y el confinamiento decretado en China eran desproporcionados. Y, no digamos, la anulación del Mobile World Congress en febrero en Barcelona, que parecía una arbitrariedad y un atentado a la economía de la ciudad y el país. Ahora sabemos que fueron medidas inteligentes y que, probablemente, han ahorrado muchos contagios y vidas.

En estas últimas semanas, en que tantas cosas han cambiado, sobre todo, desde el decreto del Estado de  Alarma, una parte de la población, con abnegada actitud y comportamientos en muchos casos casi heroicos, contribuye con su dedicación y esfuerzo a salvar vidas y a que los demás podamos sobrellevar, de la mejor manera posible, el confinamiento, encerrados en nuestras casas. Encomiable. Por otro lado, recibimos muchas noticias negativas del impacto de la pandemia del coronavirus tanto en la salud, el sistema sanitario, la economía, el trabajo y el bienestar de los ciudadanos.

Los primeros días hubo un cierto silencio y solidaridad con las medidas tomadas, pero esta actitud duró poco. Enseguida, al cogernos desprevenidos y mal preparados, comenzaron las críticas, justificadas o no, desde todos los sectores y, en muchos casos, sin aportar alternativas ni un remedo de soluciones. Incluso se criticaba lo hecho cuando lo habían pedido anteriormente. Parece que la solución propuesta no era de su gusto. Además de llevar, todos,  cuando hablamos de fútbol, un entrenador de fútbol dentro, parece que ahora también llevamos un médico, un especialista en tecnología sanitaria un experto en logística y en relaciones internacionales, un consumado economista, un politólogo…

Otra vez más el dogmatismo y la falta de diálogo y unidad ante un enemigo que, a diferencia de otras veces, puede afectar a cualquiera, porque no entiende de ideas, condición, raza, religión o creencia, ha encendido los egos y la insensata costumbre de ser más que nadie y quedar por encima del resto. Si esto es así ahora, qué será cuando finalice la crisis.

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13 buenos hábitos para aprender a escuchar

caracolas y silencio

Constantemente se habla de comunicación pero, curiosamente, la mayoría de las veces sólo se hace refiriéndose a la manera de transmitir una determinada información. Pocas veces se profundiza en su esencia, en la escucha, lo que no es más que una muestra de que se le da menos importancia. Y eso que es el factor fundamental en el arte de la persuasión.

Para empezar es conveniente diferenciar entre:

Escuchar significa usar el sentido del oído para captar información o cualquier sonido del entorno. En la mayoría de los casos no pasa de oír, acto físico que normalmente no podemos evitar.

Escuchar atentamente es un acto volitivo que consiste en prestar una atención especial a la información, que llega a través del canal auditivo, para tratar de entenderla, analizarla, sintetizarla, criticarla/cuestionarla e incorporarla o no, a nuestras propias ideas y conceptos.

Muchas situaciones cotidianas no gratas en las relaciones familiares, en nuestro trabajo, con los amigos…, se podrían evitar si escucháramos mejor. Tanto a los demás, como a nuestra voz interior. Y es que la mayoría de las veces, por muy diferentes razones, no prestamos la adecuada atención a lo que sucede a nuestro alrededor, a lo que nos dicen los demás, y menos aún a lo que nos decimos a nosotros mismos, dejándonos llevar por impulsos irreflexivos y actuando de forma automática.

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Sensibilidad, emociones y talento. Claves del éxito empresarial

Vartina en Comillas foto blog

El pasado jueves, junto con la Cátedra de Ética Económica y Empresarial de la Universidad Pontificia de Comillas, parte del equipo de Vártina desarrollamos el acto Sensibilidad, emociones y talento. Claves del éxito empresarial.

Contexto y objetivo

Vivimos inmersos en un mundo en el que todo sucede muy deprisa y donde es difícil encontrar momentos para reflexionar sobre qué hacemos, cómo lo hacemos y, sobre todo, por qué lo hacemos. La rutina diaria, nuestra famosa zona de confort, hace que nos cueste encontrar los momentos idóneos para pararnos a pensar y, además, nos incapacita para ver las cosas de formas alternativas, con nuevas perspectivas.

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