¿Estamos preparados para el trabajo del futuro?

El otro día, mientras hacía cola en el supermercado, empecé a pensar qué harían todas esas personas que hoy trabajan en las cajas, cuando, dentro de muy poco, su trabajo desaparezca. Y lo mismo se podría pensar de los cajeros de banca y de autopistas; taquilleros de cine; documentalistas; trabajadores de información y servicio al cliente; contables, auditores y administrativos; operarios de fábricas, cadenas de montaje y almacenes; numerosos mandos intermedios; carteros; profesionales de la limpieza; bibliotecarios; pilotos comerciales, conductores de trenes y metro, transportistas y taxistas…

Ya no es ningún secreto que en las próximas décadas desaparecerán la mayoría, sino todos, los trabajos manuales susceptibles de ser sustituidos por una máquina o un ordenador. Y, con ellos, todas las posiciones intermedias que no aporten suficiente valor añadido.

Y esto es así porque estamos inmersos en plena cuarta revolución industrial, también llamada 4.0, que sigue a los otros tres procesos históricos transformadores anteriores:

    • La primera, entre 1760 y 1830, introdujo cambios radicales en los medios de producción al incorporar instrumentos mecánicos de tracción -hidráulicos y a vapor-, el telar mecánico y la locomotora.
    • La segunda, entre 1870 y la Primera Guerra Mundial, trajo la electricidad y permitió la fabricación en masa.
  • La tercera, a mediados del siglo XX, se produjo con la llegada de la electrónica y la tecnología de la información y las telecomunicaciones.

Según el Foro Económico Mundial (World Economic Forum) «hay tres razones por las que las transformaciones actuales no representan una prolongación de la tercera revolución industrial, sino la llegada de una distinta: la velocidad, el alcance y el impacto en los sistemas. La velocidad de los avances actuales no tiene precedentes en la historia… Y está interfiriendo en casi todas las industrias de todos los países«.

Klaus Schwab, autor del libro «La cuarta revolución industrial”, comenta que estamos inmersos en “una revolución tecnológica que modificará fundamentalmente la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. En su escala, alcance y complejidad, la transformación será distinta a cualquier cosa que el género humano haya experimentado antes”.

Para muchos esta situación supondrá una novedad o algo que tardará en llegar, pero no es ni lo uno ni lo otro. Ya en 1960, Herbert Simon, en su ensayo “The Corporation: Will It Be Managed by Machines?”, predijo la disminución de los trabajos rutinarios, argumentando que, las entonces llamadas computadoras, podían desempeñar mejor las actividades rutinarias que, mediante algoritmos, eran fáciles de especificar en un lenguaje de programación. Ese mismo año, a través del estudio de una serie de casos, la Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU. (BLS) también llegó a una conclusión similar. En 2003, David Autor, Frank Levy y Richard Murnane, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), confirmaron el pronóstico de Simon al constatar que, desde 1980, los trabajos que eran intensivos en tareas rutinarias estaban desapareciendo. Y, en 2013, Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, investigadores de la Oxford Martin School, de la Universidad de Oxford,  predijeron el riesgo de extinción de más de 700 empleos en Estados Unidos a manos de la tecnología. Así pues, el análisis y el debate no es nuevo.

¿Qué va a pasar con todo esto?

En cada revolución industrial siempre se ha formulado la misma pregunta: ¿generará más riqueza o más pobreza? El temor al cambio, a lo desconocido, a la destrucción del empleo, es algo connatural al carácter humano y a la sociedad. Y aunque ya hemos podido contrastar que las anteriores revoluciones industriales no desmantelaron la economía ni destruyeron el empleo, seguimos sin tener claro que la Revolución 4.0 hará evolucionar a muchos puestos de trabajo ya existentes y creará otros nuevos. De este modo, los sectores que se extinguirán serán pocos en proporción y los de menor eficiencia, como ya sucedió en las revoluciones anteriores.

Ahora, la tendencia lleva a la automatización total de la fabricación, para llevar la producción a una total independencia de la mano de obra humana y ponerla “en manos” de sistemas ciberfísicos, basados en el internet de la cosas (IoT) y el procesamiento y almacenamiento en la nube (cloud computing). Estos sistemas combinan maquinaria física y tangible con procesos digitales y son capaces de tomar decisiones y de cooperar -entre ellos y con las personas- mediante el internet de las cosas.

La Revolución 4.0 está marcada por la convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas: inteligencia artificial, neurociencia y neurotecnología, nanotecnologías, robots, biotecnología, sistemas de almacenamiento de datos y energía, drones, impresoras 3D…

Thomas Frey, científico y director del prestigioso DaVinci Institute de EE.UU., en su informe titulado Future Jobs: Preparing for Jobs that Don’t Yet Exist (“Trabajos del futuro: preparándose para los empleos que todavía no existen”), se pregunta: «¿Vamos a quedarnos sin trabajo en el mundo? Por supuesto que no. Pero la clave radica en que los trabajos remunerados deben coincidir con las tareas que habrá que hacer, y con el desarrollo de las habilidades necesarias para los trabajos del futuro«. Como vemos, nada nuevo.

En esta línea, el periodista argentino Andrés Oppenheimer, en su más reciente libro, “¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la automatización”, llega a la conclusión de que, a largo plazo, más allá de 2030, una gran parte de las nuevas oportunidades en el mundo laboral se producirá en el campo de la exploración espacial y la ingeniería genética. Pero a más corto plazo, en la década de 2020, la mayor parte de los trabajos se darán en diez áreas genéricas:

  1. Los asistentes de salud
  2. Analistas de datos, ingenieros de datos y programadores
  3. Los policías digitales
  4. Los asesores de ventas
  5. Los cuidadores y programadores de robots
  6. Los profesores y maestros
  7. Los consejeros espirituales
  8. Los artistas, deportistas y creadores de entretenimiento
  9. Los creadores y diseñadores de contenidos comerciales
  10. Los especialistas en energías alternativas

Una vez más, parece que hay oportunidades para todos. Al menos para los que se preparen para ello.

Revolución, ¿para quién?

El futurista, investigador, conferenciante y escritor alemán Gerd Leonhard cree que nos encaminamos hacia un hellven (de hell, infierno, y heaven, cielo), en el que tendremos acceso a tecnologías maravillosas que pueden mejorar nuestras vidas, pero que también nos pueden despojar de lo que fundamentalmente nos hace humanos. No obstante, es optimista y sostiene que la tecnología puede solucionar los grandes problemas de la humanidad si los gestores y políticos comienzan a actuar a medio y largo plazo, anteponiendo las necesidades del ser humano a las partidistas y del mercado, y resuelven la actual «distribución disfuncional» de recursos. Aunque llevan años haciéndolo bastante mal, aún no es tarde para manejar la tecnología con buen criterio.

El secreto está en fomentar desde la escuela todos aquellos valores que nos distinguen como humanos: la creatividad, la curiosidad, la intuición, la imaginación, la emoción, la empatía, los valores, la consciencia, la negociación… y la ética. Algún día los ordenadores también lo sabrán hacer, pero les va a costar muchos años poder desarrollarlo. Por eso tenemos que ser rápidos. Los niños tendrán que ser mejores seres humanos. Cuanto más nos parezcamos a las máquinas, más inútiles resultaremos”.

La cuarta revolución tiene el potencial de elevar los niveles de ingresos globales y mejorar la calidad de vida de poblaciones enteras, apunta Schwab, las mismas que se han beneficiado con la llegada del mundo digital. Aunque, como es bien conocido, los países más avanzados son los que realizarán los cambios con mayor rapidez, los expertos destacan que son las economías emergentes las que podrán sacarle mayor beneficio.

Pero, como ocurre siempre, el proceso de transformación sólo beneficiará a quienes sean capaces de innovar y adaptarse.

El debate ético y la regulación pendientes

En este proceso resta por definir con claridad qué rol tendrá la tecnología, que no tiene intenciones, ni moral ni valores. Es neutra hasta que alguien la usa y le da un sentido. Y, es aquí donde radica el peligro, ya que ahora no tenemos un control ético sobre ella. Y puesto que mantener el statu quo no es una opción, necesitamos un debate fundamental sobre la forma y los objetivos de esta nueva economía para poder ejercer una regulación y una supervisión poderosas o podríamos acabar mal. Porque la tecnología es un útil servidor, pero un líder peligroso, sobre todo en manos de gobiernos o corporaciones egoístas y sin escrúpulos.

Necesitamos gobiernos interesados en mejorar la equidad de las condiciones de vida de las personas a las que representan, que anticipen los problemas -por ejemplo, qué hacer cuando sea posible manipular el genoma humano- y que regulen, al margen de presiones económicas interesadas, cómo debe ser utilizada la tecnología. Si solo la usamos para hacer dinero, será nuestro fin.

Necesitamos científicos, ingenieros y matemáticos. Pero también necesitamos invertir el mismo dinero en humanidades, en arte, filosofía, cultura… Y no lo hacemos. No se considera igual de necesario. A pesar de que hoy vemos claramente que si no encontramos un equilibrio para la ciencia y la tecnología podemos tener problemas, porque no tenemos los conocimientos suficientes de las consecuencias de nuestras acciones. Como pasó con el uso de la bomba nuclear, que trajo unas consecuencias desastrosas, inicio una loca carrera por tenerla y fue el elemento de miedo utilizado durante la Guerra Fría.

Tengamos muy en cuenta que en el juego del desarrollo tecnológico existe, como ya se está viendo con los recientes casos que implican a Facebook, Apple o Google, un riesgo de que la élite tecnocrática vea todos estos cambios exclusivamente como una oportunidad para conseguir cada vez más beneficios y poder, y justificar sus valores utilizando la excusa de que las empresas se crean para ganar dinero, sin importar el precio que la sociedad deba pagar.

Y, por último, ¿estamos en España haciendo lo suficiente para integrarnos en esta Revolución y formar parte del grupo de cabeza? ¿Y tú?

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Publicado el 29 enero, 2019 en Cambio, Economía, Innovación, Tecnología y etiquetado en , , , , , , . Guarda el enlace permanente. 1 comentario.

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